Todavía no le ha dado título, ni estoy seguro de que esta sea su versión definitiva. Pero este es el poema con que se rompe este largo silencio. Espero que os guste, se admiten sugerencias.
Soy
el dueño de un nombre quilométrico.
Quién
pondría ese guión para alargarlo.
No
tengo la culpa de tanta testosterona
denostada,
de tanta fijación
obscena
por el tamaño.
Junto
con su tipografía heredé un nombre.
Me
criaron bajo la genealogía
de
que no todos procedíamos del mismo mono.
Unos
son buenos al ajedrez, otros hacen música.
Yo
vivo al amparo de la onomástica.
Fluye
la descendencia a la deriva,
la
corriente me arribó un nombre,
la
orilla estaba en calma
y
resplandecía el azul abolengo en el cielo.
El ermitaño se adueñó de una concha.
Si
fueran sus sílabas de caliza,
y
cedieran sus remaches.
Me
soldaron a este cilicio
y
mi carne lo ha cercado
haciendo
de él apoyo, pilar, esqueleto.
Tras la muerte los
gusanos dejarán entre los restos
el
nombre intacto con luz aureolada,
en
incrustaciones de mármol una muesca
en la vasija titánica del panteón familiar.
No podré evitarlo me medirán
en la vasija titánica del panteón familiar.
No podré evitarlo me medirán
sobre
el molde de su caligrafía ramplona,
no
seré más que lo que mi nombre diga de mí,
no
soy más que lo que dice mi nombre de mí.
Soy
el apéndice extirpable de un sustantivo,
la
alcayata de una nomenclatura, su envés.
No me sepultaré bajo mi nombre.
No me sepultaré bajo mi nombre.
Te lo comento por mail mejor, Pablo. Besos,
ResponderEliminarAna