Mediodía fugaz en Reikiavik
Bajo
cero, resbalan las aceras
y
el metal de los bancos entumece los dedos.
Los
nombres indecibles de la calles
van
haciendo su nido.
Mientras
los barcos bufan,
un
olor a crustáceo en el puerto.
Reikiavik,
mediodía, el sol en cenit
y
apenas se levanta
una
luz que se escurre
sobre
las chapas coloridas
de
las casas blindadas contra el frío.
La
brisa se lo lleva.
Un
instante y se ensombran los tejados.
En el parque la luz de las farolas
ha espantado a los niños.
Le faltan piezas al ocaso.
Hemos perdido el mediodía
ha espantado a los niños.
Le faltan piezas al ocaso.
Hemos perdido el mediodía
sin
nada entre los dientes.
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