domingo, 4 de diciembre de 2011

Un poema


Todavía no le ha dado título, ni estoy seguro de que esta sea su versión definitiva. Pero este es el poema con que se rompe este largo silencio. Espero que os guste, se admiten sugerencias.
 

Soy el dueño de un nombre quilométrico.
Quién pondría ese guión para alargarlo.
No tengo la culpa de tanta testosterona
denostada, de tanta fijación
obscena por el tamaño.
Junto con su tipografía heredé un nombre.
Me criaron bajo la genealogía
de que no todos procedíamos del mismo mono.
Unos son buenos al ajedrez, otros hacen música.
Yo vivo al amparo de la onomástica.
Fluye la descendencia a la deriva,
la corriente me arribó un nombre,
la orilla estaba en calma
y resplandecía el azul abolengo en el cielo.
El ermitaño se adueñó de una concha.
Si fueran sus sílabas de caliza,
y cedieran sus remaches.
Me soldaron a este cilicio
y mi carne lo ha cercado
haciendo de él apoyo, pilar, esqueleto.
Tras la muerte los gusanos dejarán entre los restos
el nombre intacto con luz aureolada,
en incrustaciones de mármol una muesca 
en la vasija titánica del panteón familiar.
No podré evitarlo me medirán
sobre el molde de su caligrafía ramplona,
no seré más que lo que mi nombre diga de mí,
no soy más que lo que dice mi nombre de mí.
Soy el apéndice extirpable de un sustantivo,
la alcayata de una nomenclatura, su envés.
No me sepultaré bajo mi nombre.

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